Discurso de Investidura

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1.- El viejo que regenta el piso donde vivo rechazó la idea de que el sonido que estaba escuchando era la señal de que el tambor estaba chocando contra las paredes de su lavadora automática y que eso acelera su deterioro.   Se escudó diciendo que el adhesivo que ésta tiene en su tapa, al cual él llamó “manual de instrucciones”, decía que si escuchaba un ruido extraño, no creyese que se trataba de algo que afectase el buen funcionamiento de la máquina.   Ni con manzanitas cedió en su posición de que “todo está bien”, a pesar de haber pagado $30.000 hace menos de un mes por reparaciones a dicha máquina.
2.- Aquel hombre no terminó su educación básica y es otro de los que engrosan la estadística de analfabetismo funcional que tanto enorgullece a Chile: 85%.   ¿Por qué esto es un problema?  Porque la democracia da tanto valor a alguien que no sabe cómo funciona el mundo actual, sumamente complejo, como a quien sí sabe cómo reparar la máquina social llamada Estado.   Como los que no tienen idea de nada son la mayoría, nada bueno es esperable, ergo: Se aproxima otra dictadura, dada la anarquía de opiniones inconducentes.
3.- Así está Chile hoy: una máquina vieja y oxidada que chirría con cada latido del corazón y nadie interpreta correctamente los sonidos de su acelerado deterioro.   De tanto girar como trompo cucarro (igual que el tambor de la lavadora del regente), a derechas e izquierdas, el eje, que geométricamente está al centro de la estructura de la máquina, se ha deteriorado al punto de que la máquina social ya no funciona con la eficiencia que es necesaria: Lavar la ropa de los niños. (Recordemos que siguen muriendo niños en el SENAME)
4.- La digitalización de las relaciones sociales va a aparejada de la desaparición de la clase media, comprobando empíricamente mi axioma primero y básico: Mientras más se habla de algo, este algo menos existe.
El lenguaje tiene como misión fundacional la evocación de experiencias periclitadas, es decir, obsoletas, pero declaradas consensualmente como paradisíacas.   De ahí a decir que haciendo algo distinto, se accederá a un paradisíaco futuro, es la consecuencia lógica.
Lo digital es binario y la lógica binaria del neoliberalismo sólo deja espacio para dos formas de vida: la rica y la pobre.   En su lógica de “liberar las fuerzas humanas”, cree que la extrema polarización social del capital, hará que la gente deje de “ser floja”, desconociendo la Ley que dice que la energía tiende por sí misma a homogeneizarse en cualquier sistema.   Cuando la polaridad en un sistema se exacerba, el ejemplo clásico es un sistema eléctrico, se produce un cortocircuito, quemando las ampolletas, los artefactos conectados a la red e incluso la mismísima red de cables de cobre que la constituyen.   La llamada “desigualdad social” es la consecuencia de esta lógica polarizadora que, con la excusa de la eficiencia, está por reventar todos los sistemas sociales y naturales.   Cuando eso suceda, miles de millones morirán sin apelación.
NO es azar la sincronía entre el proceso social y el tecnológico, ya que ambos procesos están dirigidos por el voraz proceso económico, que está recalentando la máquina llamada planeta y los mecánicos saben lo que pasa cuando el motor se recalienta.
En este escenario, la mal llamada clase media es tan sólo el corredor entre ambas, no una estancia donde residir permanentemente.   Se sube o se baja en la inestable sociedad globalizada.   La frase “clase media” es tan sólo el enjuague bucal de los políticos actuales, como en la época inmediatamente anterior el gran cliché fue la recuperación del “orden social” primero y luego el “institucional” (hilo hermanador de la Dictadura y el período Concertacionista).
La razón de que todos digan que sus políticas están diseñadas para proteger y fortalecer la clase media, es decir, lo inexistente, es funcional al pseudo–orden neoliberal, ya que ninguna de ellas ataca el verdadero foco del incendio social:
El Estado, que era precisamente el espacio donde Estar, ya NO está.   Ha muerto el Estado proactivo, productor, ¡viva el Estado neoliberal!
Tampoco estará Corea, quemada por las bombas atómicas de ambos bandos, pero esa es otra estipidez.

No extrañe, pues, que, ejercitando la condición natural humana, venga aquí con más entusiasmo que fe.   Pero ¿cuál es la razón para esta penuria de mi fe?   Miren ustedes: ahora vendrá a hacer los veinticinco años que escribí mis primeros artículos sobre reforma del Estado español en general y de la Universidad en particular.   Aquellos artículos me valieron la amistad de don Francisco Giner de los Ríos.   Eran entonces contadísimas las personas que en España admitían la necesidad de una reforma del Estado y aun de la Universidad.   Todo el que osaba hablar de ellas, insinuar su conveniencia quedaba, ipso facto declarado demente o forajido, y fuese él quien fuese se le centrifugaba de la comunidad normal española y se le condenaba a una existencia marginal, como si reforma fuese lepra.  Y no se diga que esta hostilidad, frente a la menor sospecha de reforma, se originaba en que los reformadores fuesen gente radical, destructora del orden establecido, etc., etc.   Nada de eso.   Aunque fuera archimoderado, el que hablase de reforma quedaba excluido de entre los hombres “tratables”. Esto aconteció con don Antonio Maura, a quien las clases conservadoras mismas habían puesto en las cimas del Poder público.   Convencido de que era urgente, aun desde el punto de vista más conservador, modificar la organización del Estado, se vio al punto expelido al extrarradio de la vida nacional.   Su intento de reforma quedó aniquilado por un chiste muy en boga a la sazón: porque era reformadora su actuación, se le comparó a un caballo de la Guardia Civil que entra en una cacharrería.   Dos cosas no advertían los que se regostaban propalando este chiste: una, que pocos años después iba a entrar en la cacharrería, no un caballo, sino toda la caballería, y otra, que, al emitir el humorístico símil, declaraban, sin notarlo, su empeño inquebrantable de conservar intacto un Estado que tenía, en efecto, mucho de frágil cacharrería.
José Ortega y Gasset. Misión de la Universidad. 1931.


Sólo el 15% de la población chilena podría hacer el ejercicio mental de reemplazar los nombres de Antonio Maura por Michelle Bachelet y verá la igualdad de la ecuación planteada por el filósofo español.   Ella, que prometió retroexcavadora, terminó haciendo enrevesados maceteros, para NO molestar la cacharrería.
Chile siempre ha sido y será débil, frágil y endeble.   Carece de la inteligencia y la buena voluntad para desarrollarse.   La palabra reforma sigue siendo tan temida como la lepra, odiada como el terrorismo e indispensable como hace un siglo o dos.
Chile jamás va a ser un país desarrollado, su vocación de mero paisaje sigue intacta desde siempre.




@EnriqueElGenio

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